Todos tenemos una mala en nuestra vida. Es como una especie de prueba maldita a la que con mayor o menor frecuencia nos vemos sometidos tal si fuéramos concursantes de alguno de esos sádicos concursos televisivos tan de moda.
Todos tenemos una mala. En algunas ocasiones se trata de un malo pero generalmente suele tratarse de una mala. Son personajes que se alimentan de los demás, personajes que recargan energía a costa de otras personas, que necesitan malmeter, encizañar, difamar, despreciar, personajes que para sentirse fuertes tratan de hacer débiles a sus presas, personajes que basan su existencia en una competencia desleal y mal entendida, personajes que son sumisos con el fuerte y déspotas con el débil, personajes enfermos que necesitan crear caos y confusión para sentirse seguros, felices en la batalla y desquiciados en la armonia.
Como sus armas son sutiles y traicioneras son enemigos difíciles, atacan a escondidas, con alevosia. Tienen mil caras, una para cada ocasión, que manejan a la perfección. Adulan sin vegüenza y atacan sin piedad, necesitan sentir que son alguien y se desprecian cuando están cuerdos. Son dañinos y peligrosos, perseverantes y vengativos, envidiosos y engreídos.
Estas características concuerdan perfectamente con algún personaje famoso y poderoso de esos que desatan guerras y calamidades. Seguro que empezaron siendo la mala de alguien pero, al progresar, se han convertido en la mala de todos.