Sexo duro
¡Con un erizo!, ese animalito que se caracteriza por tener el cuerpo cubierto de duras, rasposas y afiladas púas.
Por una décima de segundo me he imaginado al pobre y, supongo, desesperado hombre empujando febrilmente para lograr su descabellado e inútil propósito mientras las púas del ultrajado animal iban desgarrando su, inexplicablemente erecto, pene. Las consecuencias en mi sensibilidad han sido horribles e inmediatas: los vellos de punta, un nudo en el estómago, taquicardia, pánico, dolor, angustia y, lo peor, una alarmante, rápida y exagerada disminución de tamaño de mi, en ese entonces, más que asustado pene.
No puedo dar crédito a la noticia. Hay que estar muy zumbado para acometer tamaño intento de actividad sexual. Vamos, ni en mis peores momentos se me ha pasado por la cabeza idea parecida y eso que te pasan ideas muy raras.
Poco a poco me voy reponiendo, voy notando como la sangre fluye por mis venas con normalidad y las cosas van volviendo a su sitio. Menos mal.
Aquí está la noticia.