La otra ciudad
Durante los últimos días de abril de cada año se produce en Sevilla una verdadera e impresionante migración. Miles de sevillanos se trasladan a diario a una efímera ciudad de bulliciosas y abarrotadas calles de albero flanqueadas por ordenadas y llamativas construcciones de las que emergen sin cesar risas, palmas, música, canciones y personas. Esta vieja y nueva ciudad se monta y se desmonta cada año, cual si de un mecano se tratara.
Las cifras son impresionantes: Más de 1.000 construcciones, denominadas casetas, se reparten a lo largo y ancho de 24 manzanas y 15 calles ocupando una superficie de 400.000 metros cuadrados, 250.000 farolillos y 100.000 lámparas iluminan sus calles, el número de desplazados, denominados feriantes, se estima en alrededor de 400.000 cada día aunque en los últimos días la cifra se eleva a cerca del millón.
Las personas que allí se desplazan suelen hacerlo con vestimenta especialmente elegida para la ocasión, frescos trajes primaverales complementados con llamativas corbatas o traje de corto para el género masculino y trajes de flamenca o de gitana para el género femenino. Aunque es cierto que todo cabe.
Los desplazados más pudientes acceden a la ciudad en lomos de un caballo o sentados en sendos carruajes o enganches tirados por caballos. El resto de desplazados lo hace andando.
Durante el tiempo que dura esta migración, 9 o 10 días, los desplazados se alimentan de productos altamente energéticos: fino, manzanilla, rebujito, cerveza, gambas, jamón, etc. Cuidar una alimentación apropiada es fundamental es estos días dado el extraordinario esfuerzo físico que requiere este desplazamiento: andar, bailar, andar, bailar, andar, bailar, trabajar, andar, bailar, trabajar y así sucesivamente hasta el desmantelamiento del recinto.
Es frecuente ver en los desplazados signos evidentes de cansancio, sobre todo en las horas de madrugada, pero no se observa sensación de derrota, hastío o arrepentimiento. Más bien satisfacción en la mirada y deseo de recuperar fuerzas para volver a empezar.
Es la Feria de Sevilla.
Las cifras son impresionantes: Más de 1.000 construcciones, denominadas casetas, se reparten a lo largo y ancho de 24 manzanas y 15 calles ocupando una superficie de 400.000 metros cuadrados, 250.000 farolillos y 100.000 lámparas iluminan sus calles, el número de desplazados, denominados feriantes, se estima en alrededor de 400.000 cada día aunque en los últimos días la cifra se eleva a cerca del millón.
Las personas que allí se desplazan suelen hacerlo con vestimenta especialmente elegida para la ocasión, frescos trajes primaverales complementados con llamativas corbatas o traje de corto para el género masculino y trajes de flamenca o de gitana para el género femenino. Aunque es cierto que todo cabe.
Los desplazados más pudientes acceden a la ciudad en lomos de un caballo o sentados en sendos carruajes o enganches tirados por caballos. El resto de desplazados lo hace andando.
Durante el tiempo que dura esta migración, 9 o 10 días, los desplazados se alimentan de productos altamente energéticos: fino, manzanilla, rebujito, cerveza, gambas, jamón, etc. Cuidar una alimentación apropiada es fundamental es estos días dado el extraordinario esfuerzo físico que requiere este desplazamiento: andar, bailar, andar, bailar, andar, bailar, trabajar, andar, bailar, trabajar y así sucesivamente hasta el desmantelamiento del recinto.
Es frecuente ver en los desplazados signos evidentes de cansancio, sobre todo en las horas de madrugada, pero no se observa sensación de derrota, hastío o arrepentimiento. Más bien satisfacción en la mirada y deseo de recuperar fuerzas para volver a empezar.
Es la Feria de Sevilla.
