
2 de enero de 2008. Tan solo han transcurrido dos días del año de gracia de 2008 y este pringao tiene la sensación de que arrastra el cansancio propio de tirar de 365 días enteritos, con sus días y sus noches.
00.00 horas del día 1 de enero. El pringao tiene un gripazo de los de verdad, 38 grados de fiebre, el cerebro como despegado del cráneo, las narices como el tunel de Somosierra, grandes y atascadas, la garganta plena de molestas sensaciones y el cuerpo totalmente arrastrao. El pringao ha cenado, como buenamente ha podido, en familia. Intenta tomar las uvas, no vaya a ser verdad lo de la mala suerte, pero las uvas son grandes como melones, imposibles de procesar acorde al ritmo de las jodidas campanadas. La sensación de pringao es difícil de superar. Un poquito de tele y a la cama.
Madrugada del 31 al 1 de enero de 2008. Una noche movida, prácticamente sin dormir, por supuesto nada de sexo, solo pañuelos, toses, pastillas y demás artilugios del griposo.
1 de enero de 2008. El pringao se despierta algo mejor, más le vale ya que tiene que conducir un buen montón de kilómetros. Se abriga en condiciones, desayuna y emprende la marcha. El viaje no se hace mal, incluso a medida que pasan los kilómetros va desapareciendo la sensación de ingravidez. El pringao llega a su destino con la sensación de estar en fase de recuperación.
2 de enero de 2008. El pringao tiene que currar, imposible dejar de hacerlo, tiene que preparar mil cosas para las reuniones del día siguiente. El día amanece con lluvia monzónica, cojonudo, el pringao, pertrechado convenientemente contra el viento y la lluvia, llega a su puesto de trabajo. Después de una semana sin aparecer por allí, su mesa es como una oficina de correo en plena campaña de navidad. El pringao piensa y decide: lo primero es lo primero y lo demás que espere. Imposible, los teléfonos demandan lo no hablado en siete días, los ordenadores parece que siguen de vacaciones, pasan las horas y el trabajo no cunde. Por la tarde lo termino, piensa con optimismo el pringao. Pasa la tarde y nada. Le echan literalmente del edificio, ¡coño! que hay que cerrar la casa. El pringao se envía por correo electrónico los documentos a medio acabar, recopila resignadamente los documentos que le pueden hacer falta y se encamina hacia el coche. Los atascos navideños son de órdago, hay que decir que el pringao tiene que transcurrir cerca de dos Cortes Ingleses, bueno un Corte Inglés y un Hipercor. Un buen rato después ¡cómo ha echado de menos su moto! llega a su casa y reanuda el puñetero trabajo. Son las 10 de la noche y el pringao decide que ya está bien, que lo que ha hecho tendrá que servir y que le apetece escribir este post posnavideño.
3 de enero de 2008 y sucesivos: ¡me vengaré!